RESEÑA:
Diego, un hombre casado y con tres hijos, cree reconocer en un restaurante a una mujer, una norteamericana a quien conoció diecisiete años atrás en un festival de música en Estados Unidos. En su único (aunque prolongado), y apasionado, encuentro, ambos prometieron no decirse sus nombres ni buscarse nunca: simplemente conservar el recuerdo de esos días pasados.
“Apenas se oía música ya, detrás de ellos aquella ciudad improvisada en el desierto parecía un pespunte de un hilo luminoso que dibujaba la línea del horizonte contra una oscuridad que engullía igualmente al suelo y al cielo. Frente a ellos miles de estrellas y un viento seco y áspero con olor a polvo. De vez en cuando les adelantaban sombras que huían hacia el silencio y la inmensidad, y otras veces se cruzaban con gentes que escapaban de eso mismo. Diego pasó un brazo por la cintura de aquella mujer sin nombre, y metió su mano bajo la camisa de ella, buscando el contacto con su piel”.
Como no puede dejar de pensar en esa mujer y en todo lo que vivieron, Diego siente que tiene que hablarle y agradecerle por lo compartido. Entonces se “escapa” de su familia y trama un plan para acercarse, pero ella no está sola ...
Una muy original voz omnisciente (que por momentos le habla al protagonista y, a veces, también a los lectores) narra, por un lado, cómo fue ese primer encuentro en el que Diego, sumido en la tristeza por la reciente muerte de su primo, le cuenta a esta desconocida los pormenores de la situación por la que estaba atravesando y termina pasando la noche con ella en su motorhome. Y esa misma voz va intercalando los sucesos del presente en el que ambos se vuelven a encontrar:
“Esos ojos que había olvidado ya, que le habían dejado de visitar en la oscuridad de su cuarto, estaban de nuevo ahí delante, y aunque quedaba muy poco de la belleza que su memoria le atribuía a esa mujer, no podía olvidar las horas que había pasado mirándolos con asombro, la manera en que habían hecho el amor sin retirar los ojos hacia ninguna otra parte del cuerpo, sin cerrarlos, gozando de ese mirarse en silencio, de ver el deseo en su cara, de sentirse mirado mientras gozaba”.
Al igual que en “Los días perfectos”, su novela anterior, Bergareche retoma el tema de la rutina matrimonial, el paso del tiempo, la falta de deseo, la infidelidad y la culpa. El “todo pasado fue mejor” o la resignación del “no pudo ser” también vuelven pero, en esta ocasión, los sentimientos y la nostalgia del protagonista se leen más genuinos y su prosa alcanza aún mayor profundidad y belleza.
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